Por la mañana compras jamón, verduras y comestibles, junto al Cocinero Energético, quien orquesta la cena en la fiesta de esta noche. Al mediodía vas con tu hermana al Centro de Cultura Contemporánea donde deliberan las comisiones antiglobalización. Levantas cuantos volantes y diarios te ofrecen. En una publicación trotskista descubres una crítica al Señor de los Anillos como para ilustrar la clase de Análisis Visual. Compras un libro sobre política y comunicación masiva. Coméis en un restaurante paquistaní y la conversación es animada. Llega la hora de la convocatoria y te vas a la manifestación. Husmeas en todos los grupos: los partidos, los independentistas, los de las reivindicaciones modernas… José Bové, rechoncho y encendido frente a las cámaras “J’accuse monsieur Chirac et monsieur Aznar…” A pocos metros un gaitero le echa ritmo celta mientras un manifestante, frente a El Corte Inglés, asciende hasta lo alto de una farola de neón mientras todos aplauden. La policía no se deja ver, sólo un grupo de agentes mientras el jefazo negocia con los vascos. Te quedas mirando el sound system y la parafernalia de los batasunos vestidos con monos verdes. Lanzas un par de mensajes desde el móvil. Hay muchísima gente, cientos de miles, como nunca...
Lentamente la manifestación se pone en marcha hacia Vía Laietana. Entonces aparece un grupo muy compacto con banderas tibetanas y carteles de Free Tibet. Son poquitos, unos veinte, la mitad tibetanos, hombres y mujeres, el resto gente de aquí. Al frente dos monjes rapados, con sus túnicas moradas y azafrán. Se mueven rápido, con mucha energía. Te acercas inmediatamente pero para tu sorpresa, te dejan magnetizado. Los acompañas y cerca de Jefatura se paran frente a un grupo de cámaras y gritan como nunca habías visto: sin megáfono, sin violencia, sin histeria, sin fervor simulado, sólo con pasión. "¡Fee Tibet! ¡We wan’t chinese! ¡Larga vida! ¡Dalai Lama!" Hacen un crescendo hasta que la garganta de la tibetana que lleva la voz cantante se rompe y le saltan las lágrimas. A ti también… Estás ahí clavado frente a Jefatura sintiendo el vacío de quien no tiene por qué luchar. Ellos están en pie de guerra: en cinco minutos te han robado el corazón. Sientes que amas a esos desconocidos que brillan en la multitud, hasta querer confusamente ser como ellos. Pero te dices que no es práctico ahora hacerte tibetano... Entonces intentas apoyarlos. Cuando retoman la marcha, sin pensarlo te pones al frente y a un costado, como un servicio de orden, cuidándolos. Al menos sirves para algo, te dices. Vas con tu gorra y la ropa azul de siempre, pero ahora los viejos izquierdistas ya no te miran con sospecha sino que directamente se apartan. El lama que controla la movida, al verte medio atragantado de emoción, tiene la elegancia de acercarse para agradecerte con un gesto. Te da vergüenza, bajas la vista y le frotas brevemente la espalda como reconfortando a un niño. ¡Si el agradecido eres tú! Te están mostrando cómo es el ánimo en la batalla: con furia, despierto, totalmente entregado pero a la vez, ligero como una brisa. Han venido a gritarle al mundo el testimonio de su pueblo sin que parezca importarles nada más. Apartas a la gente para dejarles paso. Los ralentizas para que los fotógrafos y cámaras tengan plano. Llegan al Monumento a Colón y desde la tribuna aconsejan desconcentrar hacia Montjuic. Los black-block, embozándose, pican el embalconado para disponer de proyectiles sólidos. Los tibetanos no se mueven del palco y un grupo de maoístas empieza a provocarlos coreando "¡Viva China! ¡Viva Mao Tse Tung!" Es el momento que habías previsto: te ajustas el morral a la cintura para dejar los brazos libres y te interpones pero por suerte, no ocurre nada. Los tibetanos se alejan hacia Ramblas o Drassanes con ese aire alegre e inocente tipo Hare Krishna. Las antenas de telefonía móvil ya estaban desconectadas pero ahora ni siquiera funcionan los mensajes. Te cruzas con algunos de tus estudiantes que están filmándolo todo, justo antes que los encapuchados empiecen a lanzar sus quintos de cerveza llenos de gasolina. Te subes a un banco como un espectador: helicóptero, petardos y pirotecnia explosiva. Hay polis de paisano, también encapuchados, que aseguran la provocación suficiente para que la guardia de infantería se luzca gaseando y tiroteando con balas de goma. Corremos en oleadas. Ahora estás de vuelta al mundo de siempre, sin magia, sólo el subidón de adrenalina... Por Ramblas baja más infantería y hay que escapar hacia Paralelo. Te escabulles en el metro y vuelves a Plaça del Centre.
Al llegar al salón te cuesta enfocar la percepción. La atmósfera es irreal, impalpable, sedosa... Debe ser por el cambio de iluminación, te dices. Tratas de sintonizar acercándote a un amigo que dibuja con crayones mientras los demás aprenden una suerte de danza étnica antigua. Luego la cena es risueña, cálida, afectuosa y reconfortante. Más tarde, recostado en la esterilla mientras una compañera canta, te envuelve una ola sosegada y fresca. Intuyes que ese día es como tu mapa de recapitulación, la exploración de tu escenario del alma. Un día largo de navegación entre mundos o entre sueños… Pero algo más ha pasado porque sientes que todos están distintos… Hay algo entrañable pero abstracto que no se deja apresar. Aceptas cosas que estaban pendientes con tus compañeros y contigo. Cosas que te alivian mientras se respira en el aire una alegría suave, delicada... como cuando se están soltando amarras.
[Barcelona, marzo 2002]
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Sencillamente, precioso.
ResponderEliminarQue hermosa descrpción de cual y como es la lucha...
Me ha emocionado leerlo.