Cosas que hacer volviendo del Paraíso








Vas al SPAR a por tu té glacé y al llegar a la rotonda ves un cielo sobrecogedor. Son las nueve de la tarde estival y las nubes se arrebolan en blancos y sombras sobre una atmósfera azul brillante. Hay nubes para una lección de meteorología: cúmulos, nimbus, estratos y cirrus colgadas en una pantalla Imax de tamaño máximo. La declinación del sol proyecta matices rojizo naranjas en las enormes figuras de un cielo inmenso, pero casi a la mano desde la pequeña villa balnearia escondida entre los pinos.

Te quedas absorto, cautivado, paladeando esa maravilla con los ojos y con el alma hasta que, cuando dejas de hablarte sobre lo que estás viendo hay algo infinito que te envuelve, te jala y te confunde la percepción. Es entonces cuando ves un paraíso. Has aterrizado en el planeta Paraíso: una tierra hermosa, con sus montañas verdes y doradas al atardecer, sus bosques, su brisa marina y ese fulgor azul de fondo, acogedor, vivificante... Los pequeños vehículos circulan despacio por la rotonda. Las gentes también caminan lentamente. Parecen reunir en sus corazones el sueño clásico de búsqueda de la sabiduría sin negar la plenitud del cuerpo. Hay lugares entrañables para comer o reunirse a la sombra. La temperatura es deliciosa. Ves jóvenes y mayores de distintas razas, los ves felices, plenos, calmos. Conjeturas que deben haber llegado de sus planetas lejanos para un período de estudio vital, quizás para recapitular sus vidas y reconciliarse, o para darse un tiempo para comprender y celebrar el misterio de la alegría. Por fin lo conoces, has llegado al lugar anhelado...

Juegas un rato desconectando y volviendo a conectar esa visión. Alcanzas a comprender que ese paraíso real está encapsulado en la percepción consensual, mientras el gozo se va diluyendo. Entonces, irrumpe un adolescente con el gesto desencajado y dando tumbos mientras solloza ante la indiferencia de los paseantes: “Estoy perdido, estoy perdido… Perdí a mi papá ¿qué voy a hacer?” Se mueve presa del pánico y antes de que salte a la calle entre los coches, das dos pasos y lo detienes secamente: “Eh... ¡tú, párate! ¿qué pasa?” Gime y te cuenta su situación. Adviertes que tiene alguna disfunción y ha perdido el control. Hace unos minutos se ha extraviado entre el gentío.

–¿Dónde has perdido a tu papá, exactamente? –le preguntas.

–Aquí, aquí… –te contesta.

–Entonces debes quedarte ¡aquí! –replicas señalando con el índice una baldosa precisa– …hasta que tu papá vuelva a buscarte.

–¿Ah, sí? –te pregunta ya más sereno.

–¡Ah, sí, sí! ahora tienes que estar tranquilo y mirar atentamente en derredor para ver a tu papá cuando llegue.

Le has dado indicaciones específicas casi órdenes, pero en un tono raro: neutro, desdramatizado, calmo, lúcido. Él vuelve a agitarse:

–Pero voy a pasar la noche en la calle...

–Mantente tran-qui-lo –le reconvienes– y pasar la noche afuera no es tan grave…

El joven se yergue mirando a la distancia. Al rato como a unos cien metros aparece su padre y se aleja corriendo hasta reunirse con él. Das media vuelta para volver al trabajo como si salieras de un sueño mientras te dices “¡Guau! aquí sí que está todo.”

[Argelés sur Mer, verano del 2002]

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1 comentario:

  1. "Parecen reunir en sus corazones el sueño clásico de búsqueda de la sabiduría sin negar la plenitud del cuerpo"
    que bonito! integra lo terreno y lo eterno...
    muy lograda la descripción de los registros del "Paraíso"...

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