Lo de hablar bien de los demás fue algo que, si bien teóricamente sabía posible, no digo que me fuera vedado pero sí que, como práctica, algo que mantuve escrupulosamente alejada de mi campo de experiencia. No es algo que me enorgullezca y menos aún, que no fuera por falta de roles, cosa comprensible en su externalidad, incluso disculpable, sino por falta del registro del reconocimiento de los logros del otro. En definitiva falta del registro del otro.
Descubrí no hace mucho tiempo en una situación puntual, una síntesis biográfica, un sentimiento desconocido, algo opuesto a la vergüenza ajena, una especie de "orgullo ajeno" pero no son las palabras adecuadas. Era una alegría y reconocimiento del proceso vital del otro, con sus peripecias, superaciones e idas y venidas, incluso ajenas a "mis valores". Sorprendente en su novedad, porque contrastaba con el "sí, pero..." que mi mirada juzgadora había extendido siempre aún sobre mis más íntimos.
Lo de hablar bien de los demás sin registro, convengamos, es hipocresía. Pero no hacerlo habiendo logrando el registro de lo humano en el otro, es avaricia o simplemente mezquindad. Colectivamente tiene que ver con solidarizarse en el desarrollo de las virtudes.
En fin... no creo ser el único en atisbar esto.
[Barcelona, marzo 2010]
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