El último encuentro con tu padre








Unos familiares lejanos te avisan de que tu padre se está muriendo. Enfisema pulmonar, trombosis y un nuevo infarto. El tipo está en el pulmotor y ya no hay nada que hacer: si no la palma esta noche, la palmará mañana. Hace dos meses hiciste un viaje para verlo. Te prometió que se casaría nuevamente, que se cuidaría y viviría más de cien años. Llovía cuando fuisteis a la estación y sentiste esa misma calma –como contenidos dentro de una burbuja transparente y dorada– como cuando, hace ya más de diez años, él y tu madre te despidieron la mañana en que te ibas a otro continente. Y que cuando lo recapitulaste mucho después, comprendiste que ese momento fue la última vez que la verías. Te abrazaste con tu viejo y subiste al tren ya en marcha, y lo viste hacerse pequeño mientras agitaba su brazo de manera interminable y secretamente supiste también que esta era la última vez. Y ahora no puedes tomarte un avión para ir verlo. Y no sabes qué puedes hacer.

Entonces te tiras en la cama, a oscuras... Y en silencio intentas llegar hasta él, percibir cómo se siente, estar a su lado. Y comienzas a experimentar su agitación, su ahogo, su desesperación. Y te da lo mismo que técnicamente estés ensoñando, rezando o alucinando, te metes con todo y te dejas llevar. Todo es oscuro, confuso y perfectamente inexplicable, pero sientes de algún modo que él está ahí. Está en un lío, en un trance más difícil que el carajo y tu estás ahí para ayudarlo. Te das cuenta que debes darle calma y reconfortarlo. Apelas a todo el sentimiento que puedes reunir e intentas dárselo como certeza. Es una batalla en toda regla contra el miedo a la muerte, contra el pedo en el canasto. Te pasan cosas que luego no podrás recordar...

Al rato todo se desvanece pero guardas la sensación que, sea lo que sea lo que pasó, salió bien. Ahora bajas al café irlandés frente a la plaza de la Sagrada Familia pero estás como en blanco y entonces, como una regalo, te avasalla un sentimiento de intensidad. Sientes que tienes un cuerpo y que tus ojos brillan. Es un ramalazo de alegría por la maravilla de estar en esta tierra. Nada te puede pasar. Existir es una aventura para compartir. Estar vivo es un misterio y tú estás aquí cuatro días para algo.

[Barcelona, 28 octubre 1998]

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1 comentario:

  1. ¿Cómo es posible, me digo a mi misma, que no tenga hoy el mismo registro que la primera vez que regalaste a mis oidos este texto?.....
    En un momento, la emocion ha inundado mi ser y, desde este pedacito de cielo que contemplo, con el agradecimiento como veloz savia, me encuentro con tu viejo, con el mio y con mi amigo Raul Woolands......

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