(Exégesis literaria sobre La Curación del Sufrimiento)
¿Cuál es nuestro mito? Hasta ahora, el del mayoral viajero que, conduciendo un carretón de feria y luego de dos cavilaciones nocturnas, deviene primero conductor de sulky y finalmente jinete.
¿Pero qué se decía nuestro carretero frente al fuego, en la soledad inmensa de la medianoche? ¿Miraría el fuego o las estrellas? ¿O recorrería una y otra vez los preciosos fileteados del carro…? ¿Y se hablaría a sí mismo diciéndose “pero cómo voy a desmantelar este landó, que es una joya”? ¿O tal vez aguzaría el oído tratando de descifrar el lejano silbido del viento? Lo sabemos no aturdido por la novedad discográfica porque oye claramente el relincho de su caballo. Pero ¿cómo cae en cuenta de lo que debía hacer? Tal vez fue por lo doloroso del aviso… ¿o habrá sido un relincho pleno como diciendo “no me fastidies más con el sobrepeso, que no llegamos"? Ya no ganaría premios en el Salón del Equipamiento de la Tracción a Sangre, pero el carricoche daba todavía para un buen sprint final sin desvencijarse.
A sus tribulaciones se sumaba una cuestión social, aparentemente secundaria: quienes lo conocían como conductor del otrora imponente carruaje ¿cómo lo mirarían ahora, venido a menos, con un coche tan modesto?
¿Cuánto tardó en que esto dejara de importarle? ¿Y cuánto más tardó en enfocarse nuevamente en su punto de destino hasta decidir lanzarse otra vez a la trocha?
Pero ya era medio tarde. Cuando estimaba que con el reciclaje del pesado carromato en diligente volanta habría logrado nuevamente recuperar el control de su vida… cae en cuenta de que ya estaba muy avanzado en el timeline. “Después de la renuncia que he hecho… –se decía– ¿y ahora qué?”
¡Qué madrugada esta del cochero! ¡Qué Garrón Cósmico! “Toda mi vida he sido carretero…” se compadecía. “¡Ah, ruedita linda… –rememoraba refugiándose en la evocación– ¡qué no daría por volver a aquellos tiempos insensatos en que creía que pilotaba un monociclo!”
¿Cómo fue esta segunda vez el relincho que lo volvió al presente? O, mejor dicho: ¿cuánto tiempo estuvo desoyendo el relincho hasta aceptarlo? Sabemos que la actuación clave se acometió muy de madrugada por lo que colegimos que no fue, lo que se dice, una decisión relámpago.
Noche del alma del cochero, en que dejaría de serlo… en que dejaría de hacer lo de toda su vida. Ya no habría más curcuncho en el sillín. Sólo intemperie, sólo libertad… Madrugada fría entre rescoldos, cuando supo aterrado que el viejo carro quedaría en el bagual y reuniendo su ánima se lanzó al galope hacia el este, justo antes que el Lucero del Alba rajara el horizonte…
[Barcelona, abril 2002]
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