Los tatuadores








Se arropan en el viejo aura de los aventureros, marinos y jugadores a quienes hurtan ese lustre oscuro de los vividores canallas, nómadas sociales como los feriantes o los antiguos gitanos, o transgresores existenciales como los músicos o los contrabandistas. Al lado del pecado, o cuando menos de la mala vida, conocen hoy un resurgimiento insospechado. Tal vez porque en el torbellino actual, lo único de lo que uno puede estar seguro que se mantendrá en su sitio en los próximos, digamos cinco años, es un tatuaje...

Esa súbita moda que convierte en normativo lo transgresor, ha atraído hacia el sucedáneo cosmético y transitorio del viejo arte de las agujas entintadas a innumerables intrusistas, inmigrantes, inadaptados a la globalización en curso y voluntariosos económicos de variado pelaje. No nos engañemos, estos advenedizos son igual de frívolos que los viejos maestros pero más oportunistas, más errantes, más buscavidas todavía...

No obstante, entre tanto simulador hay algunos sin embargo que logran disimular su verdadero arte. Son aquellos que desde el inicio mesmerizan al posible cliente con sus catálogos de figuras de ensueño y logran que les solicite una recomendación, como quien pide un diagnóstico: "hágame lo que usted vea..." Y ellos los hacen sentarse o ponerse en pie en posiciones nuevas, dignas, apolíneas. Y les dibujan sus figuras sobre la piel en el lugar del cuerpo que corresponda: los tigres y dragones siempre a la derecha, las figuras abstractas de estallidos cortantes e imprevisibles siempre a la izquierda. Y en el centro, las figuras que se cierran en circuito para impedir los escapes de energía, o las cenefas abiertas como para desbloquear lo malamente retenido...

Y así, los clientes salen renovados, con corazones radiantes sobre sus pobres corazones rotos, con alas en los omóplatos para echar a volar, con fabulosos animales de fuego que calientan la espalda y funden el miedo. Jóvenes con anillos abiertos en la cerviz que les desatascan las decisiones postergadas. Mujeres con rosas que les renuevan la poesía y la fragancia de hembra. Hombres fieros y fieles con pequeños pájaros que les devuelven a la añorada alegría infantil.

Son tatuadores de poder. Sus imágenes pintadas con esmero cierran viejas heridas, reconfortan, dan coraje, insuflan alma en el cuerpo, donde debe estar. Tan sólo son figuras pintadas con una tinta exótica, pero establecen una conexión invisible con algo que raramente percibimos y que ellos saben que está allí, un poco por encima del horizonte...

[Argelés Sur Mer, julio 2001]
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