La hazaña de Famularo








El modelo de Carlos, un hombre de reflejos rápidos siempre me ha puesto el listón muy alto. Recién de mayor he alcanzado hacer alguna cosa que podría incluirse sin desentonar en el nivel de su inventario. Una parejita de holandeses a los que como un vigilante, salvé en el metro de París a la altura de Nation de un par de chorizos que los estaban cacheando sin disimulo y a quienes que empujé fuera del vagón. Un vecino del piso de arriba en Castefa al que le llamé a la puerta a la madrugada para advertirle que si seguía escuchando gritos y ruidos raros llamaría a la policía, porque no le iba a permitir que en un estado de ofuscación hiciera mal a nadie. Cosas que estuvieron bien, de las hacían antes los hombres, cuando intervenían... Pero ¿cómo alcanzar su velocidad de reacción aquella tarde frente a Famularo? 

El hombre acompaña a Margarita a "mirar vidrieras", una costumbre como la ir de compras pero más de paseo y sin obligación de consumo. Van del brazo por avenida Independencia llegando a Rivadavia y mi madre se va deteniendo para pasar revista a cada escaparate de la vieja tienda. Carlos aprovecha el cambio de ritmo para girarse y encender un cigarrillo. En la esquina, cruzando Rivadavia dos hombres de traje y corbata discuten de mala manera al pie de calle junto a un coche en marcha con la puerta abierta, sin duda del que ha interceptado al otro.

Ambos gesticulan mientras el tono se pone decididamente amenazante. Entonces sorpresivamente uno de ellos da media vuelta y se lanza a correr en dirección a la Comisaría Primera a unos cincuenta metros de distancia. El otro, frío y rápido como un profesional saca una pistola del salpicadero, apoya el codo izquierdo sobre techo del vehículo y con ambas manos apunta al que escapa para dispararle antes de que alcance la estación de policía. En ese instante es cuando Carlos cruza Rivadavia como un rayo y manos a la espalda –muy importante– se pone detrás del tirador susurrándole casi como a un amigo "¡No se pierda, maestro! no se pierda..." 

El consejo es estratégico como una voz de la conciencia: "No arruine su vida por un momento de calentura ciega." Vete a saber si el de la pistola lo entendió así o de un modo táctico, como "No mate a plena luz del día, con tantos testigos y menos aún frente a una comisaría..." la cosa en que el tipo se queda inmóvil, retira el dedo del gatillo, cruza una mirada rápida con mi padre y sin decir palabra se zambulle en el coche y se larga ruidosamente. 

Carlos aún cigarrillo en mano vuelve a los escaparates dando las últimas caladas junto a Margarita ajena al episodio.

2 comentarios:

  1. Muy bueno Raul! Me trajo un cálido recuerdo de tus viejos...

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    1. Gracias Pablo. Es linda la anécdota, muy de la no violencia como diríamos nosotros.

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